Es tiempo

Es tiempo

En la vida de las personas, como usted o como yo, han ocurrido cosas que se pueden considerar como experiencias existenciales, esto es, hechos que han trascendido al tuétano de lo que somos y cómo somos, es un participar de y vivir la realidad trascendente… como la muerte de un ser querido… que nos hace ser y actuar en muchos casos de una manera consecuente y medularmente influida por esa muerte que sirve aquí de ejemplo.

Las consecuencias de una experiencia existencial, aunque es lo más frecuente, no desembocan por necesidad en una mejor persona o en un mejor ser y hacer; a veces, esas experiencias existenciales, recalan en un ser y en un hacer reprochable, por desgracia.

Las experiencias existenciales pueden ser personales: de usted, de mí, de él; y también, no solo por efecto de una agregación de personas, sino por afectar a un grupo humano, las experiencias existenciales pueden ser de carácter colectivo.

El 19 de septiembre de 1985, México fue azotado por una experiencia existencial: un terremoto de poco más de 8 puntos en la escala de Richter, el cual provocó más de 12 mil  muertes, daños cuantiosos; pero también una solidaridad entre los habitantes del país, pocas veces vista, en la cual, el gobierno actuó de manera lenta y errática.

Fue también, en gran medida, una experiencia traumática, y que hizo cambiar algo en nuestro ser como mexicanos, nos volvimos más activos, más participativos, más exigentes, más vigilantes, más atentos a la vida colectiva, al hacer de las instituciones.

De algún modo, este país se tornó un poco más democrático, en parte debido a la experiencia existencial del terremoto de 1985.

Nuevamente, el 19 de septiembre, pero esta vez de 2017, el destino nos confronta con otra experiencia existencial como colectividad, un nuevo terremoto, el cual sin ser lo devastador que fue el de 1985, ha sido atroz, cruelmente sanguinario.

Es tristísimo saber de la muerte de personas, en especial de infantes, cuyo camino ha concluido apenas cuando comenzaba y nada hay que pueda en este momento aliviar el dolor de los deudos, no hay nada.

Es y será triste saber de los daños y de los patrimonios como trabajos perdidos, a causa del terremoto, porque unos y otros son el fruto de trayectorias de vida. Son vida.

Como ocurrió en 1985, hoy también, la solidaridad, este saberse parte de una unidad de todos, es tristemente feliz, triste por su causa, por las consecuencias del terremoto, pero enternecedoramente feliz de ver a tantas personas de todos los lugares, de todas las edades y de todas las condiciones, ayudando, apoyando, colaborando por un bien superior a ellas mismas y a veces con riesgo de ellas mismas. Qué orgullo mexicanos.

En forma semejante a como ocurrió en 1985, los gobiernos han tenido un papel que va del gris al amarillo, los héroes de esta experiencia son la gente, esta hermosa gente que está al pie de los escombros, que compra de lo poco que tiene alimentos para regalar a los esforzados voluntarios o que deposita un peso en una cuenta bancaria, sin saber si llegará a su destino bienintencionado.

Mi solidaridad completa, con todos, y mi evocativo cariño a la solidaridad humana, es tiempo de ser uno.

Y con el respeto del corazón, tenemos que preguntarnos en medio del dolor, qué hacer con este sufrimiento, qué hacer con la desolación; tiene que servir, creo y lo digo con un respeto cariñoso, para mejorar nuestra colectividad. Darle sentido a la pesadumbre, más allá de las "autoridades" que no quieren ser criticadas.

Es tiempo, desde nuestro sufrimiento, desde nuestro dolor, desde nuestra solidaridad, es tiempo de mejorar como colectividad, para darle un sentido digno al horror, a las tripas que hoy se nos revuelven por la muerte, por el daño y por la tristeza. Es tiempo.

No se puede culpar al destino por ser destino,
Ni se le puede hacer merecedor de un castigo.

Si la tierra se agita como un ser vivo es destino,
Porque nadie controla sus convulsos intestinos.

Lo que no sé es si los muertos, los viejos y niños,
Forman parte de ese destino o de un ser maldito.

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