Crónica: La celebración de los muertos une a las clases sociales

Crónica: La celebración de los muertos une a las clases sociales

Por: Héctor Jiménez/@Hectorjjmm

Morelia, Michoacán (MiMorelia.com).- El sol de la una de la tarde cae sobre las sombrillas, los sombreros y las cabezas de los deudos y también sobre las flores de cempasúchil dispuestas sobra las tumbas de los difuntos. En los 'Jardines del Tiempo', el panteón privado en la colonia Fuentes de Morelia, la calma es sólo interrumpida por una banda norteña que a lo lejos mantiene las notas de Cruz de olvido… "la barca en que me iré lleva un cruz de olvido".

El panteón, dividido en amplios jardines de

admirable pasto verde, es además un gran estacionamiento. Se puede acceder en auto. Algunos de los visitantes ni siquiera son tocados por los rayos del sol; al bajar de sus automóviles los espera una sombrilla y ante las tumbas de sus difuntos ya está instalada una carpa para la ocasión.

Las lapidas, casi iguales, de unos 70 centímetros de altura, señalan el nombre y apellido del difunto, su fecha de nacimiento y defunción. A pesar del orden casi milimétrico, se impone el gusto personal: abunda el amarillo y morado de las flores de temporada, pero también aparecen toques de azul o un rehilete colocado en el punto indicado del camposanto.

Se repiten las tumbas con botellas de refresco o latas de cerveza para los difuntos; otra más tiene enterradas paletas de caramelo. Parece una ironía, tomando en cuenta los índices de mortalidad por diabetes y cirrosis hepática en México. La Banda Trigueña toca Nereida y una mujer de canas rompe en llanto cuando la joven a sus pies coloca una quesadilla sobre la tumba que fueron a visitar.

Panteón Municipal, calle La Paz, sin número

En el Panteón Municipal de Morelia la escena es muy diferente. Los grandes árboles ofrecen sombra a las tumbas y a los mausoleos que son todos diferentes. Junto a una pequeña estructura con un querubín de blanco, se encuentran otras construcciones más grandes, de color verde, naranja o rosa.

En ese laberinto en partes derruido, parte del ritual del primero de noviembre consiste en la limpieza de la tumba, que puede ir desde retirar solamente la basura hasta cepillar la piedra con una escoba o pintar las paredes del mausoleo.

Abundan el agua para las flores y los vendedores ambulantes. Tampoco faltan los niños que se ofrecen a transportar cubetas de agua a cambio de unos pesos. Este irregular terreno alberga  aproximadamente a 35 mil difuntos y se espera a unos 150 mil visitantes durante la celebración de noche de muertos. En las horas pico, el tránsito se logra a empujones.

A pesar de las diferencias entre ambos panteones, el privado y el público, la tradición es en esencia la misma. Los ciudadanos divididos por las clases sociales tienen en común los rituales, las flores, la gastronomía y la música.

En un pasillo de nichos del panteón municipal, una joven con una bocina portátil al fin decide la canción que va a dejar sonar. Es Un puño de tierra de Antonio Aguilar. Uno de los deudos que pasa por ahí repite la parte de la canción que dice: "El día que yo me muera, no voy a llevarme nada… ya muerto voy a llevarme nomás un puño de tierra".

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