Crónica. Los Niños de Morelia: recuerdos de una “patria lejos de la patria”

El General Lázaro Cárdenas del Río dio abrigo a los exiliados españoles (Foto Facebook: Archivo General de la Nación)
El General Lázaro Cárdenas del Río dio abrigo a los exiliados españoles (Foto Facebook: Archivo General de la Nación)

Por: Antonio Aguilera/@gaaelico

Morelia, Michoacán (MiMorelia.com).- El General Lázaro Cárdenas del Río jamás pisó suelo español, nunca reconoció la dictadura de Francisco Franco y jamás pudo cruzar palabra con el presidente español en el exilio, Manuel Azaña, pero su gobierno dio el mayor ejemplo de humanismo en una de las épocas más terribles de la historia contemporánea: el abrigo a los exiliados españoles víctimas de la Guerra Civil española y del inicio de la Segunda Guerra Mundial.

El michoacano abrió las puertas del país para el arribo de 40 mil españoles expulsados por sus ideas republicanas o contrarias el régimen autoritario y fascista de Francisco Franco. A suelo mexicano arribó lo mejor de la cultura española: intelectuales, escritores, pintores, etcétera. Pero lo que más se recuerda fue haber acogido a 456 niños en Morelia, hijos de militantes republicanos, la mayoría quedarían huérfanos en los años consecuentes.

Un jueves de junio de 1937, el barco Mexique, de bandera francesa, llegó al puerto de Veracruz. A bordo viajaban 456 niños españoles, hijos o huérfanos de combatientes republicanos. El presidente Lázaro Cárdenas y su esposa Amalia Solórzano, esperaban en la Ciudad de México a los pequeños exiliados. El gobierno decidió alojarlos en el Colegio España-México, construido exprofeso en la capital michoacana.

Provenían de diferentes puntos de la geografía española, asolada por los bombardeos de los aviones nazis o italianos; muchos de ellos de Asturias, región que en la actualidad es de las pocas que aún recuerda la gesta del gobierno cardenista.

En alguna ocasión Amalia Solórzano llegó a narrar que "una vez sobrevoló en un avión comercial el Colegio España-México donde estaban los niños, y cómo ellos, por instinto, se arrojaron al suelo para protegerse. Esto le hizo tomar conciencia del drama que vivieron, y supo que tenía que ayudarlos".

México fue la única nación de América que no le puso trabas al exilio y de ello existen muchas anécdotas dignas de ejemplos históricos: En 1939, con la derrota a cuestas, casi medio millón de españoles huyeron a Francia y fueron internados en una serie de campos de concentración que hoy constituyen una de las páginas más oscuras de la historia francesa.

Lázaro Cárdenas, que era un hombre convencido de que a los exiliados había que tenderles la mano, desplegó en Francia un operativo diplomático para rescatar a los republicanos que se habían quedado sin país; ya no se trataba sólo de un proyecto para rescatar intelectuales, sino de una operación masiva de la que podía beneficiarse cualquier español que deseara reinventar su vida en México. De manera que el gobierno mexicano en ese operativo, que ha quedado como uno de los episodios más emocionantes de la diplomacia internacional, fletó una serie de barcos que se llevaron, entre 1939 y 1942, a 40 mil españoles a México.

Otro gran ejemplo fue la resistencia diplomática en Francia: Durante la persecución que sufrió el presidente español Manuel Azaña por parte de la Gestapo, Luis Ignacio Rodríguez, embajador de México en Francia durante la invasión nazi, realizó dos actos simbólicos que sobreviven en la memoria de los republicanos. En primer lugar, estando muy enfermo Azaña en el Hotel du Midi en Montauban (Francia), declaró territorio mexicano la zona donde se encontraba y permitió así que no fuese extraditado. El segundo acto recordado por los republicanos fue durante el traslado del ataúd de Azaña: "La Francia de Vichy no permitió que llevase encima la bandera de la república española y Rodríguez puso encima del féretro una bandera de México", narran las crónicas históricas.

Cárdenas les dio la opción a los asilados de tener la nacionalidad mexicana y conservar la española. También la oportunidad de homologar sus títulos profesionales. La marcha hacia México fue en forma de reemigración desde Francia, no directamente desde España, salvo en casos como el de los 456 niños de Morelia. Quienes llegaron directamente.

Al apoyo en efectivo y en oportunidades laborales y materiales para que los refugiados emprendieran sus primeros pasos en México, se sumaron los costos de traslado de Francia y del norte de África, hasta que la situación se tornó imposible al mediar 1942, obligando a suspender los embarques hasta el final de la Guerra Mundial.

Los ojos de Emeterio

En nuestra capital, uno de los llamados Niños de Morelia decidió vivir hasta el último de sus días, se trata de Emeterio Payá Valera, quien fuera uno de estos 456 niños quien arribó en el Mexique.

Payá escribió un libro, Los niños españoles de Morelia. El exilio infantil en México, el cual vio la luz por vez primera en 1985. El texto fue escrito apoyándose básicamente en sus propios recuerdos, pero también en los de sus compañeros, en la poca bibliografía que había sobre el tema y algunos documentos.

El documento es revelador y muestra con una emoción que seguramente sólo puede transmitir quien ha vivido los hechos, los contrastes que tuvo el asilo de los 456 pequeños.

Emeterio Payá en todo momento muestra su agradecimiento a México —quien murió como mexicano— y relata una historia de solidaridades y de abandonos.

El libro inicia contando cómo se formó el grupo de los menores que partirían al exilio y cómo se realizó el viaje trasatlántico. Detalla vivamente el recibimiento ­"apoteósico y conmovedor"­ de que fueron objeto en Veracruz, en la Ciudad de México, y en Morelia. Los que ya empezaban a ser llamados, incorrectamente, los "huérfanos de la guerra" recibieron grandes muestras populares de afecto, que si bien eran sentidas por la mayor parte de la población, eran también estimuladas por el gobierno de Lázaro Cárdenas.

Por esos días, Lázaro Cárdenas escribió al presidente de la república española, Manuel Azaña: "El Estado mexicano toma bajo su custodia a estos niños rodeándolos de cariño e instrucción para que mañana sean dignos defensores del ideal de su patria".

Gracias a investigaciones muy recientes hoy sabemos que debido a una confusión de inicio, el gobierno de México entendió ­y así lo tradujo en los hechos­ que la custodia de los niños sería de su exclusiva responsabilidad, mientras que la república española estaba en el entendido de que los menores quedarían bajo el cuidado de los profesores españoles que habían viajado con ellos.

Sin embargo, el gobierno mexicano no permitió que los maestros españoles se hicieran cargo de los pequeños, habrían de ser atendidos por personal mexicano.

Los menores fueron alojados en Morelia en dos antiguos caserones que fueron acondicionados para ellos por la Secretaría de Educación Pública, que además destinó recursos suficientes para hacer del internado Escuela España­-México quizá el mejor del país en aquel momento.

Los primeros meses de funcionamiento del internado fueron de un gran "desencuentro" entre los niños y las autoridades del plantel y se caracterizaron por un desorden generalizado.

A finales de 1937 llegó a Morelia como nuevo director el profesor Roberto Reyes Pérez, quien habría de estar al frente de la escuela prácticamente el resto del tiempo que permanecieron allí los niños españoles.

A través de un sistema semimilitarizado y sustentándose en los dos grandes planteamientos del proyecto educativo cardenista, la educación socialista y, dentro de ella, la educación técnica, la Escuela Industrial España­-México, logró entrar en orden.

Pero más allá de las buenas intenciones, de lo que se quiso hacer de la escuela y de los niños, el testimonio de Emeterio Payá nos muestra ­al igual que no pocas de las fotografías de la época­ que las condiciones de vida materiales del internado muy pronto fueron precarias y que las carencias afectivas fueron prácticamente epidémicas.

El dolor de la soledad y la nostalgia, apenas mitigado por los hermanos ­aquellos que los tenían­ o por algún camarada, no se podía contrarrestar con un cuerpo docente que carecía de los instrumentos pedagógicos y psicológicos necesarios para tratar a un grupo de niños que venía de la terrible experiencia de la guerra y padecía la herida de un desarraigo profundo y brutal.

Esa es la otra parte de la historia, la de nuestro fallido sistema educativo nacional, que ellos vivieron en carne propia.

Un recuerdo silencioso

Aunque Lázaro Cárdenas nunca pisó España —murió en 1970, seis años antes de la muerte de Francisco Franco—, en ese país una asociación, una estatua, dos plazas y una escuela con su nombre son algunos de los homenajes silenciosos al presidente mexicano que acogió a exiliados de la II República.

En una estatua del mandatario mexicano situada en el Parque Norte de Madrid, existe una placa que resume toda la historia: "Padre de los españoles sin patria y sin derechos, perseguidos por la tiranía y desheredados por el odio". Las palabras eran de Álvaro de Albornoz, jefe del gobierno republicano en el exilio —precisamente, en México—.

Fuentes:

"Los niños españoles de Morelia. El exilio infantil en México", de Emeterio Payá Valera.

"Los españoles de antes", de Elena Poniatowska (publicado en el diario La Jornada).

"La herencia de la República", de Jordi Soler, (publicado en el diario El País).

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