Cuevas: soledad, secuestro y muerte

Cuevas: soledad, secuestro y muerte

Hace poco murió José Luis Cuevas, y Homero Aridjis, poeta de origen michoacano, en un breve e improvisado discurso que pronunció durante el homenaje que se rindió a la memoria del artista plástico en el palacio de las bellas artes en México, en el umbral del dolor por la pérdida de su amigo, afirmó que José Luis Cuevas murió en un manto de misterio, que estuvo secuestrado en el tramo final de su vida y que muy abruptamente se había ordenado incinerar su cuerpo, con lo cual dio a entender que la vida de José Luis Cuevas, en los últimos años y en su propia muerte tuvo un tufo de criminalidad, no necesariamente penal.

La vida de José Luis Cuevas fue extraordinaria y bastaría asomarse a su "Cuevario" (www.cuevario.com) para darse cuenta de que fue intensa, fructífera, seminal y poco ortodoxa; pero el hecho de que José Luis Cuevas tocara más almas, que tuviera notoriedad, no debe provocar que se pierda de vista que el tufo criminal (social, cultural, ético y quizá jurídico) en el final de su vida y en su muerte, es un olor nauseabundo que se extiende cada vez más a las postrimerías de la vida y a las muertes de muchas personas en estado senil, aunque muchas de las personas sean públicamente desconocidas y no tengan la fama y la fortuna de Cuevas.

En nuestros tiempos, es cada vez más frecuente que personas en estado senil a manos de hijos, esposas, parejas, parientes, amigos e incluso por individuos distintos sean reducidos al ostracismo, a la oscuridad de una habitación celda; que se limite su contacto legítimo con otros hijos y amigos; que se les alimente de manera miserable; que se les maltrate verbal y físicamente; que sean alienados; que se decida de hecho sobre su patrimonio y que se les calcine o sepulte con una prontitud pasmosa como expresando una voluntad de oscurecer actos y hechos.

La sociedad (familia incluida) en gran medida abandona a las personas mayores (y menores también) incapaces y si hay fortuna, a veces solo las mira como objeto de negocio (¿se ha dado cuenta de que hay más residencias privadas para adultos mayores? ¿Más geriatras?); pero si no se tiene la capacidad de pago para una residencia privada, pues los mayores ni siquiera son objeto de lucro.

Los gobiernos han comenzado a mirar a esas personas mayores (no incapaces) y planean y echan a andar programas de acondicionamiento físico, esparcimiento, ocupacionales de cierto tiempo y de apoyo económico para las personas mayores (no incapaces) a quienes final y tristemente se les mira como votos (cuentan lo mismo que cualquier voto) o son el barniz democrático de gobiernos sin nombre.

Los legisladores, ante el problema, han creado y recreado una regulación para nombrar tutores y curadores para las personas que un juez declare incapaces (en cualquiera de sus grados y formas) y los jueces han aplicado esa regulación llenando con sus esfuerzos los innumerables vacíos, oscuridades y vaguedades que ha dejado el legislador y, al final, en los hechos, la persona mayor incapaz termina prácticamente en la misma situación que tenía antes de tener tutor, pero ahora, el tutor tiene más poderes legítimos sobre él y, eventualmente, sobre su patrimonio.

Las personas mayores incapaces, residualmente, incluso mediando la regulación legal y los procedimientos judiciales que correspondan, terminan en una situación igual o peor que al inicio de su exclusión, esto es, terminan "secuestrados" "sometidos" discriminados y al final, una vez muertos, incinerados o sepultados con prontitud.

Todos debemos cambiar: la sociedad, las familias, los órganos de gobierno, los legisladores y los jueces.

Algún día ya no podré ver con mis ojos
Y ya no podré escuchar con mis oídos.

Mi piel será como un saco abandonado,
Que colgará el peso invisible de los años.

El silencio que tanto quise, será amante,
De todas las eufonías de mis animales.

Silencios estarán los hijos de mi sangre,
Callados los amigos ausentes de la tarde.

Me hallaré en el trazo recto de las calles,
Sin saber a dónde voy, como luz errante.

Tal vez creeré que es mejor que me vaya
Y luego querré no irme porque me falta.

No podré siquiera dormir y soñar algo,
Soñar siquiera que duermo y descanso.

En ese momento me sentiré como niño,
Atado por mi adhesión y mis desatinos.

Sin que nadie lo sepa, incluso, lloraré,
En la penumbra de la noche y gritaré.

Pero nadie, ninguno escuchará mi grito,
Y quizá, cuando lo oigan ya no esté vivo.

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