El Día de la Madre más triste en Morelia: “A mis hijos les doy vergüenza”

Andrea llegó desde Apatzingán y se instaló en las cercanías de la vieja central camionera (Foto: Eduardo Pérez Arroyo)
Andrea llegó desde Apatzingán y se instaló en las cercanías de la vieja central camionera (Foto: Eduardo Pérez Arroyo)

Por: Eduardo Pérez Arroyo

Morelia, Michoacán (MiMorelia.com).- Andrea prefiere aclarar las cosas desde el principio.

—Seguro fue culpa mía —dice—. Nunca quise estudiar. Aunque —agrega— si hubiera querido tampoco hubiera podido.

En la antesala del Día de la Madre, uno de los días más paradigmáticos para cualquier mexicano estándar, Andrea se resigna: ninguno de sus hijos se acercará a saludarla.

—La culpa no es de ellos —dice.

Andrea llegó desde Apatzingán y se instaló en las cercanías de la vieja central camionera. Desde que se instaló una sede de la policía debió dejar la zona y ahora recorre las cuadras aledañas. A diario recorre las calles. Sus hijos la desprecian.

Andrea es prostituta.

Las 8 de la noche en Morelia. El sol casi se esconde y parece una naranja gigante. En esta zona del centro histórico el sol no llega. Aquí el sol siempre está escondido. Hoy, en cambio, un aguacero atípico obliga a protegerse.

Andrea –que no se llama Andrea– y Lupe corren a protegerse.

—Hola. Soy reportero. Me gustaría hablar con ustedes.

Error. Andrea y Lupe no quieren hablar. A esta hora se trabaja y ellas están trabajando. A los pies del destruido templo del Beaterio de las Carmelitas Descalzas otros morelianos corren a guarecerse. Al frente, los lavacoches me observan con recelo.

Andrea y Lupe no quieren hablar. Les ofrezco un cigarrillo. Les ofrezco algo de dinero. Ya es un trato. Ahora sí quieren hablar.

—Quedémonos aquí —dice Andrea—. Cuando llueve los clientes ni llegan. Además (muestra el dinero que le acabo de dar) con esto ya me alcanza para llevarle tortillas a mi viejo.

Andrea tiene un compañero. Así le dice, compañero, porque no hay papel de por medio. Es lavacoches y tiene 45 años. Hace poco, dice, se accidentó: un carro le pasó por encima y le quebró las piernas. Ahora convalece en su casa en Las Tijeras con pernos en los huesos. Quiere levantarse, dice Andrea. Ella no lo deja.

—Antes muerta que dejar que otra vez se me malogre.

Andrea tiene tres hijos. Casi no los ve. Este viernes 10 de mayo del 2019 ella no tendrá Día de la Madre. Es por su trabajo, asegura.

—Dos hijos se emparejaron y se fueron. El mayor vive en Estados Unidos. A veces me manda lana. No sabe que su padre está mal. Yo ni le digo. ¿Para qué preocuparlo?

Para llevar las medicinas y sustento Andrea trabaja hasta 15 horas diarias. A veces menos, según lo que junte. Dice que no tiene miedo, pese a que trabaja en horarios dispersos y una zona y hora en que abundan personajes con fama de violentos.

Juan Bosco, director de Convihve (la asociación civil que asesora y apoya a los contagiados con VIH o a quienes tengan dudas al respecto), indica que en el último año no han detectado casos de VIH entre las trabajadoras sexuales de Morelia. La razón, explica, es que son las más conocedoras de las distintas técnicas de prevención.

—Puede sonar paradójico —detalla— pero no lo es. El último caso de VIH en una trabajadora sexual lo detectamos hace casi cuatro años. Lo irónico es que no la contagió un cliente sino su marido.

Como ejemplo, señala Juan, en 2018 se realizaron jornadas de prevención y detección del VIH en la plaza principal de Uruapan, una zona en donde la presencia de trabajadoras sexuales es frecuente. De un total de 12 revisiones, ninguna arrojó positivo.

—Contagiarse sería arriesgar el trabajo de todas —explica—. Al final se trata de sobrevivencia.

El Instituto de la Mujer Moreliana, en tanto, intenta mejorar las cosas. En enero de este año la directora María Concepción Torres señaló que el Ayuntamiento pretendía modificar la percepción de la prostitución, y tratarla en el futuro como tema de salud pública.

"La postura del nuevo gobierno municipal será acercarse a las trabajadoras sexuales y a las agrupaciones que las representan para conocer sus necesidades", expresó entonces. "Hay que acercarnos a los grupos, hablar con ellas, estar al pendiente. La idea es que su salud física no se afecte, ni que afecten a terceras personas durante el ejercicio de su trabajo".

La funcionaria también llamó a respetar y salvaguardar los derechos de las mujeres, y abatir cualquier tipo de violencia.

Pero para Andrea a veces el mundo se pone violento.

Con Lupe, dice Andrea, se conocen desde hace años.

—Nos cuidamos de los clientes, pero también de las colegas. Algunas se resienten cuando una atrae clientes y ellas no.

—Cuando tenemos que ir a las manos, pues vamos a las manos —completa Lupe.

Andrea llegó a Morelia hace 25 años. Sus únicos días de descanso son cuando está enferma. Ni ella ni Lupe tienen horarios: a las 5 de la mañana, dicen ambas, aún es frecuente encontrarlas en los alrededores de la vieja Central. Cada una paga mil 500 de renta en sus respectivas casas. La mayor parte de los clientes, coinciden, son de rancho.

—Muchas veces andan pasaditos de copas —dice Andrea—. O armados.

Dice que tiene sus ideas políticas claras.

—El gobierno es bien culero.

—¿Sabes cómo se llama el edil?

—No. Pero todos son los gobiernos son bien culeros.

—Cobro de 300 para arriba —dice Andrea— aunque es según el cliente. A algunos los conocemos y saben el precio. El otro día, un domingo, me hice mil 200 pesos.

—¿Qué pasa si no te gusta el cliente?

—Chamba es chamba —dice Lupe—. Dinero es dinero. Este es un trabajo. Aunque esté anciano, esté viejito, esté como esté, ni modo… Hay que entrarle.

En Michoacán no existe un catastro actualizado de trabajadoras sexuales. Al no haber reglamento la actividad queda a discreción de las oferentes. La vigilancia de la Secretaría de Salud es constante, pero pese a ello las cifras reales aún se desconocen. Algunas trabajadoras, como Andrea y Lupe, son cuidadosas y se realizan los exámenes una vez al mes el del Centro de Salud. Pero otras, dicen ellas, no son tan prudentes, atienden a cualquiera y pasan meses sin analizarse. Tampoco usan condón. Eso es un descalabro para el negocio. La Secretaría no exige exámenes, aunque son gratis. Quien quiera se lo hace.

—Imagínate si llega uno que está enfermo —dice Andrea—: me la pega, yo se la pego otros clientes… No terminamos nunca. Pero las chicas no entienden eso.

—Además —agrega Lupe—, si se corre la voz de que una tiene algo, los clientes ya no llegan.

Una vez, dice Andrea, un tipo le ofreció mil pesos para tener sexo sin condón. Ella se negó.

—Me dijo: te doy mil además de lo que ya te di. ¿Cómo vas a perder mil pesos? Yo dije: nada de eso. Mil pesos, pero después nadie me quita cualquier pinche enfermedad…

Se trata de sobrevivencia.

—Con el dinero se puede jugar —dice Andrea—. Con la salud no.

Las películas y la literatura entregan una visión distorsionada de la actividad. En el mundo de las trabajadoras sexuales, en el mundo real, las historias pocas veces tienen finales felices. Al menos las historias de Morelia, en donde los problemas estructurales -economía, seguridad, empleo- afectan a la mayor parte de la población. Y a ellas también las afectan.

—Si hay dinero ganamos todos —dice Lupe—. Pero si no hay, ni la más hermosa del mundo puede vivir. Y yo no vengo por limosnas. Vengo por dinero.

Muchas veces, dicen ambas, las calles se ponen muy peligrosas.

—Aquí, en ese mismo lugar, me atropellaron —dice Andrea—. Fue hace algunos años. Decidí que nunca trabajaría otra vez de puta. Pero tuve que volver.

—Me han aventado vehículos dos veces —agrega Lupe—. Casi un mes y medio en el hospital. Pero me atendieron bien. Apenas pude, regresé a trabajar.

Otro hecho típico es cuando los clientes quieren pasarse de la raya. En esos casos, dicen ambas, ellas responden de la misma forma.

—Los rasguño —dice Lupe—. Si el otro me trae del pescuezo, le dejo ir una patada en los huevos.

Andrea agrega que una vez, sólo una vez, sitio miedo de verdad.

—Me dispararon. Yo decía: 'sólo quiero mantener a mis hijos'. Fue un cliente, pero no supimos quién.

—Así pasa a veces —agrega Lupe—. Una trabaja por los hijos, pero vienen unos cabrones que nos golpean.

—¿No les da miedo estar aquí?

—No. Ya sabemos que estamos en la boca del lobo. Hay güeyes de todo.

—¿Cómo las trata la policía?

—Nos ayudan. Ellos controlan a los que se nos quedan aventando broncas. A todos los broncudos se los aventamos a la policía.

También pesa el tema familiar.

—Mi hijo no quiere que yo siga en esto —dice Andrea—. Pero necesito trabajar.

La lluvia cede y permite salir a la calle.

—¿Tus hijos saben que esto lo hiciste por ellos?

Andrea no escucha la pregunta. O no quiere escucharla.

—Mi hija ya está junta —evade—. Y el otro, el menor, tiene 18 años y ya se fue a trabajar a sus cosas. Pero el mayor ya no me habla. Sabe que su madre es puta.

—Oye, ¿y cómo celebrarás el Día de la Madre?

—Ay, güerito…

El sol poco a poco desaparece y ya casi está oscuro. A Andrea y Lupe les da lo mismo. Aquí, en los alrededores de la vieja Central Camionera, nunca llega el sol. Tampoco el Día de la Madre.

RMR

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