El huracán de la violencia

El huracán de la violencia

El huracán de la violencia nos envuelve y lleva a un fin sangriento. Nos urge enderezar el rumbo y detener la catástrofe de raíz.

El panorama es dantesco, kafkiano: conocemos la noticia de las masacres en El Paso, Texas, Dayton, Chicago, los cuerpos colgados en Salamanca, las muertes de tres periodistas que continúan la cadena de violencia.

La violencia está en todas partes, no sólo en los noticieros, está en las relaciones entre personas, al interior de las familias. Si nos fijamos más de cerca, está en el corazón del hombre dividido e infectado de pecado.

La violencia la llevamos dentro, en el corazón y se desarrolla en el trato que recibe el ser humano desde su concepción y la más temprana infancia. Son tantas las formas de violencia muchas veces involuntarias que recibimos en la historia personal. La experiencia se llena de violencia y esta va a reaparecer en el trato del individuo con sus semejantes.

A esto se añade la desaparición de los señalamientos que garantizan una convivencia sana que son los valores universales. Toman su lugar las conveniencias y caprichos como criterios de acción, los intereses egoístas y partidistas y el ansia de poder, no como servicio, sino como forma de dominación y enriquecimiento.

Caímos en el relativismo moral, no nos guiamos por un código de ética, sino por el antojo y la conveniencia de los poderosos. La ley no se aplica, los asesinos golpean libre e impunemente, no les pasa nada y el pueblo está desamparado.

Sin valores y principios universales no podemos construir una sociedad de libertades y de orden, en un estado de derecho. Dependemos de decisiones ciegas y desastrosas que nos llevan al caos y la muerte.

El presidente pretende crear la verdad, con afirmaciones dogmáticas como si él tuviera la palabra creadora de Dios: "vamos a crecer al 4%". Tiene una verdad hoy y otra diferente mañana según su conveniencia. Jesucristo, con poder divino, daba órdenes al mar y le obedecía y éste pretende dar órdenes a la producción y la economía que tienen sus leyes científicas.

No enfrenta la realidad, no agarra el toro por los cuernos, no acepta los hechos científicos cuando los resultados no le son favorables.

Hay que ver la realidad como es, con ojos sabios y humildes: la violencia, como la corrupción, la injusticia y toda la maldad procede del corazón del hombre.

Por lo general del hombre recibe un trato de violencia en su edad más temprana, llena su corazón de violencia. Los presidentes necesitan convertirse y los humildes ser sanados de las heridas que generan violencia.

La reforma moral que sólo parece de pasada en los discursos, es la primera necesidad. Si no sanamos al mexicano de esos traumas, ellos van a repetir la misma violencia con las generaciones más jóvenes. Sin la conversión personal, el cuerpo social no se sana, sólo se alarga su mal y su agonía.

¿Adónde vamos con esta ola de violencia desatada que se lleva a tantas vidas humanas inocentes? ¿Cómo revertir esa tendencia que encontramos en todo el mundo?

El cambio no viene por una afirmación populista o por el discurso retórico de un presidente, o falaz de otro presidente que por otro lado promueve el odio racista.

Hay que cambiar el corazón del hombre de donde proceden el odio, la arrogancia, las venganzas, los asesinatos, la lucha de razas, la destrucción de los más débiles e indefensos.

Con mensajes de tuit y con programas etno centristas y y políticas autoritarias y destructoras vamos a seguir en el mismo huracán en un mundo ensangrentado y presa del terror.

La liberación empieza en el corazón de cada hombre.

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