El torito de petate llegó de África

El torito de petate llegó de África

Sobre el torito de petate hay muchas historias: una parodia que hicieron los indígenas de las corridas de toros para burlarse de los españoles; invento de fray Juan de San Miguel para bajar a los indios de la sierra a tamborazos; creación de Vasco de Quiroga a su paso por Valladolid para evangelizar; surgieron en Tarímbaro. Ninguna de éstas es verídica.

A diferencia de las corridas de toros, en donde es, generalmente, un hombre vestido de luces el que le hace la faena, en el torito de petate es una mujer o un hombre vestido de mujer (la maringuía) quien hace la suerte, no con un capote, sino con un paliacate. Es el caporal el que lo mata, no con una estocada en el lomo sino con un golpe de machete en la cabeza.

No existe ninguna evidencia histórica de que fray Juan de San Miguel haya usado ese recurso. Respecto a la leyenda que lo atribuye a Don Vasco habrá que decir que la ciudad que Valladolid se fundó —curiosamente— como un intento de los encomenderos españoles para disputarle al primer obispo de Michoacán la sede del poder y, dada la mala relación que tenían con él los habitantes del Valle de Guayangareo, no se apareció por aquí.

Hay, ciertamente, un relato sobre Tarímbaro, pero se trata de un testimonio tardío de un viajero de ciudad Real: "Martes 21 de octubre (1586) llegó a decir misa al mismo pueblo y convento de Tarímbaro, donde se le hizo muy solemne recibimiento, con música de trompeta y chirimías con una danza de indios enmascarados que iban corriendo un toro contrahecho, danzando al son de un tamboril".

La historiadora María Guadalupe Chávez Carbajal señala que, desde la conquista, los españoles estuvieron acompañados por africanos. Por su parte, Jorge Amós Martínez Ayala, investigador de la Universidad Michoacana, demostró que el torito de petate es una tradición que heredamos de África.

Si fuera una fiesta propia del valle Morelia-Tarímbaro, no se explicaría por qué en otros estados, como Guerrero, Guanajuato o Veracruz, hay toritos de petate; menos aún, que en lugares tan lejanos como Brasil existe una danza casi igual: el bumba-meu-boi, que se diferencia sólo porque en vez de bailarlo con música de banda lo hacen a ritmo de samba.

Ni se explicaría por qué existe el toro de carnaval en Colombia; tampoco, por qué en poblaciones de Paraguay o de Argentina hay también toritos muy parecidos a los de aquí.

En todos estos lugares hay un común denominador: en la época colonial hubo presencia de esclavos de lengua bantú que llegaron de Angola. Tenían como tótem al toro, eran hábiles en el manejo del ganado, por ello al llegar a la Nueva España su destino eran las estancias.

Amós señala que en 1584 se fundó la primera cofradía de negros y mulatos en la antigua Valladolid, la de la Virgen de la Soledad; más tarde surgieron la del Rosario de Mulatos, la de Encarnación, la de San Blas. En su libro ¡Epa! Toro prieto, editado por el Instituto Michoacano de Cultura en 2001, Amós refiere que dentro de las tradiciones bantúes estaba la danza del torito, la cual se arraigó en Valladolid y las poblaciones circundantes. A la comparsa se agregaron un caballito y uno o varios apaches, resultado de las influencias española e indígena.

En 1822, recién consumada la Independencia, se prohibieron los toritos. A lo largo del siglo XIX muchas veces el Ayuntamiento buscó acabarlos. Al llegar el siglo XX los toritos de petate salían en Carnaval, pero sólo podían actuar en la periferia; debían solicitar permiso al Ayuntamiento y pagar en la Tesorería municipal una cuota que iba de los 5 a los 15 pesos. La mayoría de quienes se interesaban en sacar los toritos –dice Amós– "vivían en los barrios de la ciudad, eran analfabetos y algunos estaban desempleados, eran el pueblo ínfimo, los borrachos de calzones mugrosos; los del tacón chueco eran los promotores de la tradición, los que a toda costa y desacatando prohibiciones del gobierno virreinal o del municipal las recreaban cada año durante el Carnaval".

El torito se ha mantenido mucho por el deseo de representación de las colonias de Morelia y de los barrios de las poblaciones vecinas; aún hoy es signo de identidad, por ello lo bautizan en relación con la colonia o barrio: "El Fantasma de la colonia Obrera", "El Innombrable de la colonia del Panteón", "El Travieso de la Felícitas del Río", "El As de Espadas del Barrio de San Marcos" o "El Mexicano de Charo". Es una de nuestras tradiciones más arraigadas.

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