¿Fin de la esperanza de México?

¿Fin de la esperanza de México?

Había esperanzas de que se hiciera justicia en México a Lozoya al menos por intereses políticos. Ni siquiera eso…

¿Qué es primero el bien del individuo o el bien de México? Los dos son indispensables y se alcanzan juntos. El que destruye el bien del país destruye su bien personal integral.

Sin embargo a veces celebramos que a México le vaya mal, la razones razón es que la clase dirigente quiere alzarse con el triunfo y sacar provecho, a espaldas del pueblo.

Otra razón es que los éxitos inflan al dictador, su soberbia y se apoya en sus magros logros para su aspiración de autoritario, para sentirse indispensable por los siglos de los siglos.

Deseamos la transformación, que haya justicia en México, verdadera justicia incondicional y universal.

Esperábamos un poquito de justicia, al menos por una aplicación facciosa y partidista de la justicia.

El edificio de la 4T se alza como un edificio fantasma que se va resquebrajando y se tambalea.

Ahora con el proceso de Lozoya, para algunos se derrumbo totalmente el edificio con gran ruido y enorme polvareda.

No quedó nada de la justicia ni siquiera como alarde, tampoco como como un intento de molestar a los enemigos políticos, en una aplicación sesgada.

La gestión de la cosa común, el gobierno es pragmático, responden a las ocurrencias del gobernante, "lo que diga mi dedito". Va respondiendo a las necesidades del momento, a las modas, a los intereses no expresados del presidente y de su movimiento.

No hay una filosofía, no hay un proyecto de país ni una jerarquía de valores que permita señalar como prioridades los bienes y valores trascendentes y las realizaciones del bien común.

El caso de Emilio Lozoya, ex director de Pemex fue presentado como una gran prueba de un gobierno que por primera vez va a hacer justicia porque "ya no es como antes" en el tiempo de los gobiernos corruptos hasta la médula de los huesos, sin una partecita buena, como el de Peña Nieto.

Es cierto que en el sexenio de Peña Nieto la corrupción llevó a extremos inimaginables, escandalosos, a excesos y crímenes más allá de toda dignidad y moralidad.

Algunos mexicanos nunca entendimos la candidatura de Peña Nieto, pero no imaginamos tal extremo de corrupción, crímenes y cinismo. El tiempo nos dio razón. Si la clase política que es la misma hoy hubiese puesto atención a estas arbitrariedades, intereses mezquinos y partidistas, bajas pasiones, política autoritaria y absurda, cuantos daños se hubieran evitado y no estaríamos con tanto tiempo perdido. Son sexenios perdidos y esta situación en el sexenio actual no ha cambiado.

En este gobierno "ya no es como antes". La realidad es que en materia de inmoralidad, robos y saqueos, arbitrariedades, vacío de ley, impunidad, crímenes numerosos y atroces, ya no es como antes, ahora estamos peor. Basta una mirada a las estadísticas.

El pueblo mexicano muchas veces apático, ignorante, irresponsable es causante de esta situación. Y tiene un poder de primer orden para cambiarla. La transformación depende de ellos y no de los jefes que sólo hablan muy bonito.

Es momento de afirmar ante el hermano: es tu hora, necesitas cambiar, salir de su humillación, ponerse de pie y defenderte. La verdadera transformación está en ti sin muchos spots ni declaraciones solemnes como las de Andrés Manuel y sus seguidores.

Necesitamos pensar, actuar apoyados en un código de valores. Hay valores instintivos, materiales, tiránicos, bajos: el placer de los sentidos y el dinero y el poder.

Hay que recuperar la dignidad de la persona humana sus valores más altos, alma y cuerpo, los valores integrales: el amor de oblación, el servicio para buscar el bien de los demás.

Hay que recuperar la libertad de disponer de sí mismo y amar a los hermanos entregándoles todo, compartiendo los bienes materiales hasta la propia vida. Recuerden a todos los jefes, los que viven en su burbuja de egoísmo y hedonismo, lo que decía el Maestro:

"Nadie tiene más amor a sus hermanos que aquel que da la vida por ellos". El que está en medio de ellos como el último y servidor de todos.

Hay que devolverle a los hermanos más humildes el sentido de su dignidad altísima de hijos de Dios, más que militantes de MO—NA,  que príncipes.

Más que dinero, el hombre necesita saborear su dignidad inviolable de persona humana, que debe ser servida por el primer mandatario y los demás servidores. La persona humana tiene una dignidad innegociable, inviolable y es la fuente de todos sus derechos.

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