Identidad(es) constitucional(es)

Identidad(es) constitucional(es)

El mes de enero de 2020, está en las postrimerías y se asoma el mes de febrero, que ahora, como ocurre cada 4 años, tiene 29 días; pero en su quinto día de febrero, la Constitución Nacional (En delante CN) cumplirá 103 años de su publicación.

La CN, por un eufemismo (Razones más políticas que jurídicas) nació formalmente como un ordenamiento reformador de la diversa de 1857, y no como una "nueva" Constitución, pese a que es tal.

De 1917 a la fecha, la CN ha jugado y juega roles muy diversos: como instrumento expresivo de los acuerdos fundamentales de los grupos sociales, como una técnica de cambio, como un método de conservación de un estado de cosas dado, como portadora de bienes y valores…y, en algo que me quiero detener, como un elemento importante de la identidad nacional y en sí como nuestra identidad "constitucional"

Al decir que la CN es un elemento de nuestra identidad y es nuestra identidad constitucional formal, me refiero a que constituye una especie de acta de nacimiento que refleja peculiarmente nuestro nombre, nuestras relaciones fundamentales, nuestro origen, nuestro lugar, nuestro tiempo… y que por tanto reconoce nuestra individualidad; pero también nos distingue de las demás naciones del mundo.

Con la CN en la mano, se puede decir en el orbe: "yo soy" y pretendo "esto"; pero eso no es del todo pacífico, más que nada por el número, cualidad y proximidad de las reformas entre sí que ha sufrido la propia CN a lo largo de su vida.

¿Cómo es posible hablar de una identidad constitucional mexicana, si la CN cambia mucho, a fondo y frecuentemente?

A guisa de ejemplo hay que observar que, mientras que en 1917, nuestra CN tenía un rostro social y solidario profundo (Los artículos 27 y 123 eran expresión genuina de ello), al pasar de los años la misma CN se puso un antifaz menos social y más egoísta-utilitario (Por caso, con las reformas "estructurales" del sexenio anterior) y hoy, en este 2020, la careta de la repetida CN parece estar a mitad de caballo entre las dos identidades extremas previas (Se festina un atajamiento de las reformas "estructurales"; pero se impulsan tratados de libre mercado al amparo de la misma CN).

Ahora, si esos ejemplos se multiplican por el número, calado y proximidad entre sí del total de las reformas que ha tenido nuestra Constitución (más de 800 para algunos), lo que se puede dibujar es una identidad constitucional mexicana puzle, como si se tratara de una pintura de Picasso o de algo bastante más complejo.

Y es de suponer que tal y como ocurre con el espectador que está frente a un rompecabezas o ante uno de esos cuadros abstractos, para el lector de nuestra Constitución y sus incontables modificaciones, la pregunta que emerge natural es ¿Qué es y qué se entiende de ello?

Más aún, si se trata de nuestra identidad constitucional, es legítimo cuestionarse si realmente la tenemos o si por tantas reformas no es posible concebirla, ya que han acabado por desdibujarla, como si fuera una persona que se ha hecho tantas reformas a su rostro por bisturí, que ya nadie la conoce.

Optar por la negativa, esto es, afirmar que carecemos de un identidad constitucional, sitúa el valor de la Constitución en el valor del solo papel sobre el cual se escribe, mientras que afirmar que tenemos una identidad constitucional definida, la sobrevalora.

Quizá es más justo el punto intermedio, para aventurar que nuestra identidad constitucional carece de rasgos definidos, que algunos pocos tenemos y que estamos en la búsqueda; pero el decirlo así, más que una solución es una respuesta que remite otra vez a la búsqueda de nuestra identidad constitucional definida.

Esa búsqueda no es una cuestión baladí o que solo sea una mera conjetura teórica, porque hablar en esos términos de nuestra identidad constitucional, lo que hace es mostrar que como estado, como nación plural que somos, aún no nos hemos reconocido, no nos hemos visto cabalmente en el espejo.

En otros términos, luego de más de 100 años de vida constitucional no acabamos de saber quiénes somos en términos constitucionales, o bien, somos tantas identidades que no acertamos por tener una identidad constitucional definida, al menos mínima o general que nos precise.

Dicho de esa manera, la cuestión se convierte en angustiante y grave al mismo tiempo, porque al no acabar de construir nuestra de identidad constitucional, es muy difícil que podamos proyectar nuestro futuro, ya que la identidad constitucional es un valor esencial de lo que somos y de lo que queremos ser como nación, como estado.

No es que el texto constitucional cree nuestra realidad y de paso al futuro, sino que la realidad es la que construye, reforma y destruye a cada paso al texto constitucional, y es por eso que la identidad constitucional no acaba de cuajar y solo refleja en el fondo, que en términos reales, de la vida concreta, no acabamos de saber quiénes somos y qué queremos en términos verdaderamente colectivos.

Por eso, cada vez que un nuevo gobierno festeja "sus reformas constitucionales" y las enarbola como definitivas, solo para que otro nuevo gobierno haga lo mismo y así sucesivamente, deja más dudas que certezas.

¿A dónde vamos a parar?

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