La ajenidad

Las personas somos extrañas y distantes a otras personas de manera inconsciente, por decisión propia o por las condiciones mismas de la vida. Vivimos una ajenidad irreflexiva, elegida, o bien, una ajenidad impuesta por la misma vida.

La ajenidad en sí misma considerada no se puede valorar como buena o mala; pero, para efectos prácticos, la ajenidad puede tener efectos positivos (alejarse de lo malo) o negativos (evitar lo bueno).

Tan solo quiero referirme a la ajenidad inconsciente o elegida frente al dolor o a la injusticia, pues es quizá esa ajenidad una ajenidad de efectos perniciosos y reprochables.

Cuando una persona es inconsciente o decide ser ajena frente al dolor o la injusticia que sufren las demás personas, actúa como si las demás personas le fueran extrañas, como si esas personas correspondieran a otra clase de entes con las cuales no guarda ninguna relación, porque no hay lazos familiares, de amistad o de convención social con ellas.

Pero se pasa por alto que las personas somos parte de un mismo grupo humano (si se quiere, más amplio o reducido en función incluso de las divisiones impuestas por la organización política o cultural) y que desde ese ángulo somos un todo, de modo que cuando a una parte de ese todo se le inflige un dolor o una injusticia, es un daño y una injusticia que se inflige al cuerpo entero y a cada uno de sus componentes.

Esa debería ser una razón más que suficiente para que las personas no fuéramos ajenas al dolor y a la injusticia que se produce a otras personas "distantes"; pero también se debe considerar que tolerar la provocación de dolor e injusticia a personas "distantes" tarde o temprano se volverá en contra de la misma persona que se ha mantenido ajena, con rostros irreconocibles.

Claro que la ajenidad frente al dolor o a las injusticias cometidas sobre otras personas puede ser inspirada por un sentimiento de conservación; pero la ajenidad, al menos, no debe evitar que se ejerza una reflexión crítica (incluso no comunicada) frente al dolor e injusticia "ajenos" si esa reflexión crítica es lo único que razonablemente se puede hacer.

En otras ocasiones, romper la ajenidad con una palabra de consuelo, con un breve saludo, puede paliar el dolor, la injusticia; y en otros casos más (que serían los menos cuantitativamente) quizá no solo sería posible sino que se impondría racionalmente una conducta activa contra el dolor y la injusticia cometida de manera concreta sobre las personas "ajenas".

Le doy como ejemplo de ajenidad (nos mantenemos distantes), los casos siguientes que se han obtenido de los diarios nacionales: 1. Se cometieron en 2015 casi 30,000 homicidios en México. 2. La CNTE bloquea el acceso al aeropuerto en Chiapas. 3. Maestros acosan y hostigan sexualmente a alumnas de la UMSNH. 4. En 2015, en México se redujo el número de pobres en un solo año, gracias a la forma de medir la pobreza. 5. Niño de 6 años es atropellado por el tren.

Lo paradójico es que la ajenidad a veces también se mantiene frente a la felicidad y la justicia, esto es, las personas nos mantenemos ajenas ante la felicidad y la justicia de las demás personas, aunque en este caso resultaría más fácil no ser ajeno, pero somos ajenos.

Una conclusión que se puede extraer de esta opinión, es que tenemos que cambiar el empleo y la actitud de la ajenidad para poner en su lugar la anejidad razonable.

Cometarios: urielpr@gmail.com

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