La dimensión olvidada de la pandemia

La dimensión olvidada de la pandemia

Manejamos los números y los medicamentos para el Covid-19, pero hay una dimensión trascendente que olvidamos.

Vivimos en un mundo dominado por las ciencias exactas, estamos clavados en la materia y tenemos una visión parcial del ser humano, su vida sometida a las leyes biológicas. Es cuerpo y espíritu, tiene una dimensión ilimitada, trascendente, su vida espiritual, por la que ama y piensa. El espíritu desborda la materia le abre espacios nuevos.

La pandemia del Covid-19 descubre dimensiones muy profundas, que en la vida diaria olvidamos. En estos días de epidemia hay una sombra gigantesca que se cierne sobre nosotros amenazante.

El Covid-19 nos enfrenta a la muerte y a los otros grandes enigmas de la existencia. Por eso, no cimbra hasta los cimientos mismos.

¿Olvidamos que la muerte no es el aniquilamiento, que una parte de nosotros trasciende y vive en otra dimensión?

El ser humano vive clavado en los asuntos de la materia, es materialista y mundano. Se le nubla la mirada interior para considerar su ser y su vida en la dimensión de infinito e inmortal del espíritu.

No queremos morir del todo y sentimos que somos inmortales. Es la intuición y el deseo que expresa la poesía. ¿Cómo olvidar ese deseo que atormenta a Berengario en el drama sublime de El Rey se Muere de Ionesco?

El coronavirus nos lleva al límite de la muerte, pero ésta no es la destrucción total, es la frontera de una vida nueva.

Ahí comienza el mundo de la verdad, la realidad, lo definitivo. También es la realidad del fracaso total, de la tortura por la pérdida de todo bien y toda esperanza, del fuego del infierno.

Sigue el juicio ante el Rey supremo terrible, riguroso. El juez divino es totalmente justo, juzgará conforme a las leyes que él dio para que se cumplan, porque no está jugando con sus criaturas. El puso frente a nosotros el bien y el mal y nos dará eternamente lo que hayamos escogido.

El hombre es un ser precario, tan pobre, expuesto a pruebas imposibles como el desamparo por la falta de policía y el flagelo del crimen. En su dimensión espiritual, el hombre tiene una dimensión de fe que le abre la dimensión de un aliado infinitamente grande y poderoso, Dios que se preocupa por él y por su salvación.

Nada escapa a su providencia, afirma Shakespeare en Hamlet. Las grandes pruebas, las pruebas sin límite que nos superan, sin salida, son momentos de fe. Una nueva luz aparece.

Ante la invasión de los virus letales, es necesario que Cristo aparezca y calme la tormenta. Es momento de apoyarse en él, de vivir la alianza de salvación.

Para el hombre es momento de despojarse de su orgullo y vanidad, de volver a Dios y pedir su auxilio, de saltar del mundo limitado y perecedero al mundo de lo definitivo, del amor, la libertad y las riquezas de Dios.

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