La palabra del Cardenal

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En el mes de los difuntos hemos de recordar la doctrina de la iglesia, el cuerpo humano no solo está hecho de materia, no solo es polvo que vuelve a la tierra, sino es imagen viva de Dios. El cuerpo, templo del espíritu santo merece respeto y cuando muere un ser humano su cuerpo también ha de ser venerado, por eso en los funerales se inciencia también los cuerpos de los difuntos, se les entierra en un lugar llamado camposanto y si se llama cementerio, quiere decir dormitorio donde se espera que pasando el sueño de la muerte, resucite también el cuerpo del difunto.

No es que esté prohibida la cremación, la incineración, la iglesia siempre prefiere lo tradicional: sepultar en la tierra los cuerpos de los difuntos. Pero si hay razones, está permitido con tal de que no se niegue la verdad de la resurrección, no se debe hacer la dispersión de las cenizas, se deben conservar y se recomienda, se insiste, que se depositen en un lugar santo, en un lugar de oración en un lugar donde la gente tome en cuenta las memorias de sus difuntos y entonces nosotros vemos a través de estos signos algo muy importante de nuestra fe, que es creer en la resurrección de los muertos, creer en la encarnación del hijo de Dios, cuyo cuerpo fue glorificado en la resurrección y creer en la dignidad de todo ser humano.

Queridos hermanos, oremos por los difuntos, démosle el respeto, la veneración, y conservemos la memoria de ellos sabiendo que vivimos en comunión y que un día nos reencontraremos en el cielo.

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