Patria en movimiento

Patria en movimiento

Patria en movimiento

El principio de la patria se hunde en el origen de los hombres que primero habitaron el suelo de lo que hoy es México; en el mosaico de los grupos humanos que arribaron al territorio, que se asentaron, florecieron y cayeron o desaparecieron sin dejar testigos de su fin como pueblos; en las luchas pre-coloniales por los recursos y el poder, pero también en su vida espiritual; en la conquista hispana "traumática"; en la colonia parapléjica de autoritarismo y eventual justicia; en la lucha independentista con idearios tan diversos como el de Morelos o Iturbide; en el "México" independiente, desordenado y atacado; en el México pre revolucionario, con "orden" pero de realidades desiguales y autoritario; en la lucha armada de principios del siglo XX, y en el México que fue parido por esa revolución y que ha mamado la leche de valores tan disímbolos como la colectividad social y la persona individual, dejar hacer y pasar o controlar y limitar; en un sistema político monopólico y un sistema de partidos con debilidades democráticas profundas; en una sociedad de libertades limitadas, que luego se abren y nuevamente reciben impulsos de restricción, y ojo, en los pueblos originarios que siguen aquí, distintos pero los mismos.

La patria, por eso, tiene cara de pueblo originario; huele a sangre de sacrificio; se ve en los códices; huele a pólvora de mosquete hispano; sabe a chile, maíz, totopo y frijol; se dibuja en la cruz superpuesta a los dioses de los naturales; se lee en Bernal Diaz del Castillo o en Hernando de Alvarado Tezozomoc; se imagina en las ideas base de los Sentimientos de la Nación escritos por el Generalísimo de Tzindurio; se festeja en las cartas constitucionales primeras; se crespa cuando se recuerdan los imperios que quisieron ser; se enoja cuando entra en la memoria un nada santo Santa Anna; se enamora con los versos de nuestra musa Sor Juana o con los de Manuel Acuña; se cansa con la lucha de los "planes"; se pinta en los hombres vestidos de manta, esclavizados a la tierra; se cuestiona en la óptica racionalista, en las elecciones del siglo XIX maculadas por todas partes; indigna, en la bayoneta o la moneda gringa; se grita en los héroes como Benito Juárez, Doroteo Arango, Emiliano Zapata, Francisco I. Madero; se siente con un himno o en las letras de Octavio Paz; pero sobre todo, se palpa en el sudor de todas las personas que han trabajado y trabajan por este país.

La patria tiene su origen en ese contexto, porque no hay presente sin pasado; pero no hay futuro sin presente.

La patria se ha construido cada día, por todas las personas que vivimos este país y que lo vivimos, aunque no se quiera, como un pedazo de patria en movimiento, en un sistema de interacciones constantes.

Ser y saberse parte de ese devenir, no debe confundirse con un sentimiento patriotero que sólo sabe a tequila, borrachera, pleito, lambisconería, dejadez, grito falso, sexo, pelea de box o juego de futbol.

Ser y saberse parte de ese devenir y de un futuro que nos conjuga en plural de primera persona: nosotros, y la lucha constante por los bienes y valores comunes, es lo que hace a la patria.
Tiene sentido aun hablar de la patria, porque perder su sentido es perder el sentido de nuestro origen, de nuestro presente y, en gran medida, de nuestro futuro. No son palabras.

Tiene sentido hablar de la patria, incluso en un mundo "globalizado" porque la globalización implica la armonía de lo diverso, no la homogeneidad y el aplastamiento de las diferencias.
Y tiene sentido concebirse con orgullo hijo(a) de la patria, mexicano o mexicana, porque con todos nuestros defectos, con todas nuestras virtudes, hemos sido, somos y seremos hijos de esta gran madre que hemos construido y que se vive en nosotros y, me parece, que no hay hijo(a) que no esté orgulloso de su madre, de una madre que siempre está en camino.

Patria
Yo quiero vivir por ti y para ti,
Porque eres como mi ombligo,
Mi punto de cierre y mi destino,
Mi cordón imaginario sin fin.

Tú tienes los ojos de mis hijos,
El pelo de mi madre eterna,
La boca de mi padre recta,
Las manos de los de mi racimo.

Tú recitas el amor con estrellas,
A quien posee la gracia de dios,
Eres el abrazo de los amigos,
Que son amigos por la brega.

Tú me cuentas de los días idos,
Que son las hojas de mi diario,
De un libro mío y de mi silabario,
De mi memoria sin pergamino.

Tú eres las horas que vivo,
Con sabor a menta y hoja santa,
A grosella, jamaica y pitaya,
A chile, jitomate y membrillo.

Tú eres los ojos de las mil caras,
Las lenguas de un Babel perdido,
Que dicen en un canto ki´ibok
Y rezan por todos, por la tlakah.

Tú eres la madre que cobija,
Distinta de las otras madres,
Aunque todas sean iguales,
Iguales como madres distintas.

Tú me das esperanza siempre,
Me cantas desde tu pecho,
Me aconsejas y me das un beso,
Un beso limpio en la frente.

Por eso quiero vivir por ti y para ti,
Porque eres como mi ombligo,
Mi punto de cierre y mi destino,
Mi cordón imaginario y mi fin.

El principio de la patria se hunde en el origen de los hombres que primero habitaron el suelo de lo que hoy es México; en el mosaico de los grupos humanos que arribaron al territorio, que se asentaron, florecieron y cayeron o desaparecieron sin dejar testigos de su fin como pueblos; en las luchas pre-coloniales por los recursos y el poder, pero también en su vida espiritual; en la conquista hispana "traumática"; en la colonia parapléjica de autoritarismo y eventual justicia; en la lucha independentista con idearios tan diversos como el de Morelos o Iturbide; en el "México" independiente, desordenado y atacado; en el México pre revolucionario, con "orden" pero de realidades desiguales y autoritario; en la lucha armada de principios del siglo XX, y en el México que fue parido por esa revolución y que ha mamado la leche de valores tan disímbolos como la colectividad social y la persona individual, dejar hacer y pasar o controlar y limitar; en un sistema político monopólico y un sistema de partidos con debilidades democráticas profundas; en una sociedad de libertades limitadas, que luego se abren y nuevamente reciben impulsos de restricción, y ojo, en los pueblos originarios que siguen aquí, distintos pero los mismos.

La patria, por eso, tiene cara de pueblo originario; huele a sangre de sacrificio; se ve en los códices; huele a pólvora de mosquete hispano; sabe a chile, maíz, totopo y frijol; se dibuja en la cruz superpuesta a los dioses de los naturales; se lee en Bernal Diaz del Castillo o en Hernando de Alvarado Tezozomoc; se imagina en las ideas base de los Sentimientos de la Nación escritos por el Generalísimo de Tzindurio; se festeja en las cartas constitucionales primeras; se crespa cuando se recuerdan los imperios que quisieron ser; se enoja cuando entra en la memoria un nada santo Santa Anna; se enamora con los versos de nuestra musa Sor Juana o con los de Manuel Acuña; se cansa con la lucha de los "planes"; se pinta en los hombres vestidos de manta, esclavizados a la tierra; se cuestiona en la óptica racionalista, en las elecciones del siglo XIX maculadas por todas partes; indigna, en la bayoneta o la moneda gringa; se grita en los héroes como Benito Juárez, Doroteo Arango, Emiliano Zapata, Francisco I. Madero; se siente con un himno o en las letras de Octavio Paz; pero sobre todo, se palpa en el sudor de todas las personas que han trabajado y trabajan por este país.

La patria tiene su origen en ese contexto, porque no hay presente sin pasado; pero no hay futuro sin presente.

La patria se ha construido cada día, por todas las personas que vivimos este país y que lo vivimos, aunque no se quiera, como un pedazo de patria en movimiento, en un sistema de interacciones constantes.

Ser y saberse parte de ese devenir, no debe confundirse con un sentimiento patriotero que sólo sabe a tequila, borrachera, pleito, lambisconería, dejadez, grito falso, sexo, pelea de box o juego de futbol.

Ser y saberse parte de ese devenir y de un futuro que nos conjuga en plural de primera persona: nosotros, y la lucha constante por los bienes y valores comunes, es lo que hace a la patria.
Tiene sentido aun hablar de la patria, porque perder su sentido es perder el sentido de nuestro origen, de nuestro presente y, en gran medida, de nuestro futuro. No son palabras.

Tiene sentido hablar de la patria, incluso en un mundo "globalizado" porque la globalización implica la armonía de lo diverso, no la homogeneidad y el aplastamiento de las diferencias.
Y tiene sentido concebirse con orgullo hijo(a) de la patria, mexicano o mexicana, porque con todos nuestros defectos, con todas nuestras virtudes, hemos sido, somos y seremos hijos de esta gran madre que hemos construido y que se vive en nosotros y, me parece, que no hay hijo(a) que no esté orgulloso de su madre, de una madre que siempre está en camino.

Patria

Yo quiero vivir por ti y para ti,
Porque eres como mi ombligo,
Mi punto de cierre y mi destino,
Mi cordón imaginario sin fin.

Tú tienes los ojos de mis hijos,
El pelo de mi madre eterna,
La boca de mi padre recta,
Las manos de los de mi racimo.

Tú recitas el amor con estrellas,
A quien posee la gracia de dios,
Eres el abrazo de los amigos,
Que son amigos por la brega.

Tú me cuentas de los días idos,
Que son las hojas de mi diario,
De un libro mío y de mi silabario,
De mi memoria sin pergamino.

Tú eres las horas que vivo,
Con sabor a menta y hoja santa,
A grosella, jamaica y pitaya,
A chile, jitomate y membrillo.

Tú eres los ojos de las mil caras,
Las lenguas de un Babel perdido,
Que dicen en un canto ki´ibok
Y rezan por todos, por la tlakah.

Tú eres la madre que cobija,
Distinta de las otras madres,
Aunque todas sean iguales,
Iguales como madres distintas.

Tú me das esperanza siempre,
Me cantas desde tu pecho,
Me aconsejas y me das un beso,
Un beso limpio en la frente.

Por eso quiero vivir por ti y para ti,
Porque eres como mi ombligo,
Mi punto de cierre y mi destino,
Mi cordón imaginario y mi fin.

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