Sed de amor y seguridad

Sed de amor y seguridad

La sed integral del hombre, alma y cuerpo, es honda y trascendente, sed de amor y seguridad, sed de Dios.

En tu vida. En la comunidad de Juan y Lupita, muchos viven en pecado y se les ve ausentes en la misa, indiferentes, fríos.

Les hace falta vivir un encuentro con Cristo, entrar en la salvación, encontrar a Dios, su roca firme.

Dios habla. La situación del hombre sobre la tierra es precaria. Es un ser innecesario, contingente, frágil, expuesto a la enfermedad y a la muerte. el hombre no es Dios.

Pero Dios, su creador, es su apoyo inconmovible, totalmente seguro y confiable. Es la roca firme en la que puede apoyarse.

El ser humano puede franquear todas las pruebas de su vida solamente con el auxilio de Dios. El hombre y Dios sellan una alianza para que aquel libre todos los obstáculos y llegue a su destino final, verdadero y eterno.

Dios nunca falla, el hombre sí. No tiene una confianza total y definitiva en Dios, flaquea su fe.

El pueblo de Israel es el prototipo de esta alianza de Dios con los hombres. Los judíos son duros de corazón, traicioneros, rebeldes, soberbios y rompen con frecuencia la alianza. En el desierto, castigados por la sed, se rebelan contra Moisés, el guía que Dios les puso. "Dudaron de mí aunque habían visto mis obras", canta el salmo 94.

Dios les da el agua. El tema de la sed recorre toda la Biblia. La sed de agua revela una sed más profunda del hombre integral. Es la sed de amor y seguridad que tortura el alma, la sed de encuentro de alguien más grande.

En la plenitud de los tiempos, Dios envía a su hijo unigénito para curar al hombre de esta sed. A partir del agua del pozo de Jacob, Jesucristo lleva al encuentro con Dios que es el agua viva que calma la sed definitivamente. "El agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un manantial capaz de dar la vida eterna". El es el profeta y el Mesías esperado por el pueblo que lleva a Dios, su palabra hace presente la salvación.

San Pablo, dirigiéndose a los romanos, años más tarde afirma: "por el hemos entrado al mundo de la gracia… Cristo murió por los pecados… Cuando aún éramos pecadores".

"Derramaré sobre ustedes agua pura y quedarán purificados de todos sus pecados…". Se cumple la profecía de Ezequiel.

Nuestra alma tiene sed de Dios. Nuestro corazón anda inquieto hasta que descanse en Dios. (San Agustín).

Cristo pide que busquemos a Dios renunciando a todo, negándonos a nosotros mismos. Hay que convertirnos a Dios, ponerlo en el centro de nuestra vida. Hay que darle mucho tiempo, en esta Cuaresma acercarnos todos los desidiosos y los indiferentes y los "loquitos". Debemos convertirnos y dejarnos cambiar radical y totalmente por la palabra, el ayuno, la oración y los sacramentos.

Vive intensamente. Pon tu confianza en Dios, no en los hombres. En esta crisis económica, en la pandemia, pon tu confianza en él.

Cristo está aquí. Es el mesías y Salvador que esperábamos.. Nos alimenta con su Palabra, su cuerpo y su sangre.

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