Ucrania

Ucrania

En el curso de la semana que está a punto de concluir, dos distintas personas distantes entre si, por edad y espacio, me preguntaron qué pensaba sobre el problema que envuelve al mundo luego de que la Federación Rusa reconoció la independencia de las regiones ucranianas prorrusas de Donetsk y Lugansk y después de que se han sucedido ataques rusos sobre Ucrania, incluso sobre su capital Kiev.

La mayoría de los análisis que se pueden encontrar sobre el tema, van a apuntar a explicaciones en la inmediatez plausibles: geopolítica, seguridad, poder, economía, incluso explicaciones culturales-históricas (El sentimiento ruso-ucraniano de mutua pertenencia de las regiones en disputa) entre tantas otras.

Eso le comentaba a una de las personas que me preguntó, pero le sumaba que, en realidad el “problema ucraniano” revela muchas fallas humanas que no hemos podido resolver en toda la historia.

Una primera falla, es no reconocer que el “problema ucraniano” no es un conflicto ucraniano-ruso, o europeo/ucraniano-ruso, u occidental-ruso o de otro alcance espacial o inter-estatal; es un problema de las personas que habitamos este mundo y no porque potencialmente podamos resultar -que lo estamos ya- implicados en el conflicto y sus consecuencias, sino porque en todos los flancos del problema existen humanos que por ser tales tienen un valor y sustantividad que nos hermana y obliga a relacionarnos para su protección y defensa, con un sentido de solidaridad y de hermandad.

Lo que sucede en la realidad, por el contrario, es que estamos más preocupados por las consecuencias prácticas del problema, según sea quien lo resienta, por su efecto en el precio de los energéticos y su impacto en la cadena de la producción-distribución, por la pérdida en la bolsa de valores o porque nos vaya a tocar sufrir una tercera guerra mundial -la cual difícilmente sucederá en este caso.

En suma, me refiero al egoísmo, a ese comportamiento tan patológicamente recurrente que aunque eventual y transitoriamente puede tener un buen sentido, regularmente nos lleva a cometer errores de altos costos, no solo en temas como el que se trata, sino en el día a día, trátese de un servidor público autoritario, de una secretaria abusiva, de una pareja opresora o lo que usted quiera.

Otra falla que puedo observar es que, con una historia tan larga, los humanos no hemos aprendido ni aprehendido (si, con y sin “h”) a solventar muchísimos de nuestros conflictos de forma dialogada, ni en paz, ni justa, ni por vía de la razón y optamos por seguir rutas de fuerza, de violencia, de sinrazón. Estamos “educados a la fuerza”.

El hombre es el propio lobo del hombre, esa es la fuente del conflicto y de la mayoría de las controversias y disputas humanas.

Entre nuestro rancio egoísmo y la resolución no pacífica, ni deliberativa, ni libre, ni justa de las controversias inserta en nuestra médula, está la explicación del problema.

La respuesta al conflicto tendría que venir de la solidaridad, la hermandad, la deliberación legítima-justa y el reconocimiento de la paz como un valor supremo.

Casi puedo asegurar que al leer el párrafo anterior usted afirmará que lo escrito es una ilusión, una utopía, que es irreal.

Incluso, podrá usted pensar que quien escribe esto es muy iluso, “filosofo” y hasta soñador (como me dijo algún día un magistrado federal luego de leer una columna que hablaba sobre la estética política con un tono parecido a esta otra columna y que solo me hizo pensar en lo complejo que representa que un juez que resuelve sobre los valores y bienes fundamentales de las personas no reconociera los valores fundantes de la columna y que en buena parte son los que debería proteger ese juez en sus resoluciones de última instancia).

Sin embargo, y como le comenté a una de las dos personas que me preguntaron sobre el problema “ucraniano”, para resolverlo justamente deberíamos alejarnos del egoísmo, del autoritarismo, de la violencia, de la fuerza y optar por sus contrarios.

Necesitamos más Gandhis, más Mandelas, más Einsteins (en su vida posguerra), más Lenons y no endiosar a lideres furtivos sobre un oso, poderosos que oprimen o parejas, o personas abusivas por más oropel que tengan.

Puede usted decirme romántico, soñador o idealista.

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