Un grito de esperanza en la furia de la violencia

Infestado de asesinos en todos lados, sin gobierno fuerte ni ley México va al precipicio. Con todo, no olvidemos la presencia del Mesías, él invita: no pierdan la calma.

Al compartir esta reflexión quiero cooperar para el bien de todos, defendiendo la justicia y la ley, es el bien verdadero de México, no es para ofender a nadie. Muchos otros, gobernantes y líderes, buscan primero proteger a su partido. Se apoyan, no en los valores universales, sino en su ideología.

Miramos atentamente y con sentido crítico un panorama de desolación. Reina la muerte, terrible, implacable, mata presidentes y pobres del pueblo. La casa de México está profanada, sin puertas ni ventanas, hay sangre en el piso y las paredes. Sus hijos están muertos o aterrorizados.

Hay muchos crímenes. La CNTE apoya su lucha en actos vandálicos y delitos, violando la justicia y los derechos de la inmensa mayoría honesta.

Los grandes gobernantes en la presidencia, gobernación en todas partes no gobiernan. No tenemos gobierno ni ley, a la merced de los criminales, muchos hermanos están cayendo.

Hay gobernantes que se alían con el Crimen contra el pueblo inocente. Hay gobernantes que se descubren criminales. No pueden negar su culpa pero tan poco la reconocen con valentía y honestidad. La disfrazan y envuelven en discursos.

Un grito patético, lastimero, desesperado es un rumor callado en los secreto de los corazones: ¿quién podrá ayudarnos? No es una serie de televisión, es nuestra realidad trágica.

En la noche de tormenta, en el mar aparece una figura inesperada, grande, irradia a seguridad, bondad y una luz serena.

Nos ve aterrorizados, impotentes, desorganizados y desamparados y se acerca a nosotros. Responde a nuestro terror y nos tranquiliza: no pierdan la calma, soy Yo.
Esta última es una expresión propia de Dios. Tiene el poder soberano para mandar al mar y la tormenta, es decir tiene el poder sobre la naturaleza y la historia de los hombres. Crea una gran calma.

Los creyentes tenemos una gran misión: hacer presente al Mesías y sostener la fe para que no cunda el miedo.

Los católicos, casi el noventa por ciento y los cristianos y creyentes de otras confesiones debemos sostener la fe. Y es que Cristo se enfrentó a la corrupción, la maldad, fue injustamente muerto, pero al final venció. Resucitó y puso en marcha un mundo nuevo.

Desde entonces su presencia divina, solicita, bondadosa nos envuelve aunque es imperceptible a los sentidos. No es irreal, sólo inmaterial

El paso es claro y seguro, sólo hay que seguir al maestro con la vida: hay que convertirse, cambiar la parte de crimen que uno lleva en el corazón.

Hay que ser mártir, es decir, testigo de un orden nuevo de cosas. Hay que defender la justicia hasta la muerte. Vivir el Sermón de la montaña: hacer, triunfar el amor de Cristo, amar a los enemigos, desprenderse de las ambiciones del poder y del dinero, de complicidades con los malignos.

Hay que salir del egoísmo para trabajar por el bien común, para deslindarse de los asesinos, ladrones y mentirosos, cumplir la ley y hacer imperar la justicia, denunciar a los gobiernos que no gobiernan.

El cambio vendrá. Se ha dado ya en la historia. Recuerdo a Lech Walesa que proclamaba en Morelia que vencieron a un poder tiránico, totalitario, inhumano. "Ganamos la revolución sin disparar una bala", afirmaba, apoyados en la fe de Cristo.

Podemos creer que sobrevendrá un tiempo de serenidad porque cesarán los crímenes, las venganzas, las disputas de las plazas del narco, las luchas por el poder criminal y político.

Todos los que tienen fe, no dejen que se doble. Pongan la mirada en un horizonte de paz y transparencia que viene.

Sostengan la fe que nos anuncia un mundo nuevo sin inseguridad ni asesinatos, divisiones ni traiciones, muerte ni llanto, en el Reino de Cristo.

Es necesario vivir la esperanza invencible porque confiamos en Alguien que es más grande que nuestros problemas.

La fe es un riqueza de certezas y una alianza con el Poder infinito, misericordioso y fiel.

Tenemos la fe pero es como una milpa sin lluvia, como una pila descardada, no tiene hermosura ni es fuente tremenda de energía, no realiza prodigios. Hay que despertar, reanimar la fe y seguir a Cristo, el único Mesías que vence la perversidad y la injusticia y hace que amanezca un mundo nuevo.

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