Verdaderos y falsos mesías

Verdaderos y falsos mesías

Nos empujan de lleno en la carrera para elegir presidente de México. No podemos actuar como borregada sino como electores sabios que escogen al que vale.

El único problema que cuenta para la clase política es ganar los puestos de elección, son falsos mesías. Esto debe hacernos tomar una distancia crítica de partidos, candidatos y políticas.

Quienes tienen el poder y quienes lo buscan deben preocuparse por preparar a los electores, por darles una educación sólida y formar su criterio.

¿Quién se preocupa de despertar a los ciudadanos de la base, de las mayorías para hacerlos crecer en su dignidad humana y formar electores confiables?

¿Quién busca crear miembros maduros de una democracia, para decidir con libertad, no por presiones, seducciones, regalos?

Necesitamos ciudadanos que sepan optar con un criterio bien formado. Un problema difícil y hondo es educar a los ciudadanos para vivir en democracia. El elector que urge, maduro no se cocina al vapor ni se improvisa.

Ah, si las instituciones asumieran el reto de formar ciudadanos competentes como un servicio social, un apostolado para algunos, universidades, escuelas, partidos políticos y sindicatos (¡!), la Iglesia con sus parroquias y movimientos de laicos.
Muchos otros individuos pueden echarse la tarea también: formadores de opinión, reporteros, conductores de noticieros…

Son importantes los señalamientos para elegir. Difíciles de establecer cuando en la sociedad no hay una conciencia moral, una jerarquía de valores, un código de ética. Cuando todo es conveniencia y oportunismos en vista de fines egoístas, materiales, facciosos, pragmáticos, inmediatistas.

En ese cuadro se pierde piso, estamos cimentados en arenas movedizas, flotamos como hoja al viento, no hay puntos seguros de donde agarrarse.

Hay que educar al individuo para que actúe en base a los valores y principios universales, con autonomía y visión clara del bien común. Que ejerza su libertad para optar por el bien.

En base a valores, principios, tutelados por la ley, sancionada por la autoridad, se puede llegar al estado feliz con los bienes que desea la población: riquezas, empleo, seguridad, estado de derecho, progreso.

Estos bienes los conocen los políticos y saben que la gente los espera, por eso los ponen en el discurso, pero nada más. En realidad los mueven otros intereses de dinero, poder, móviles egoístas. Viven en una esquizofrenia, son dobles y mentirosos ante la sociedad.

Así, es fácil descubrir la mentira en los candidatos que aspiran a la presidencia.

Hay señalamientos para avanzar en la autopista de la elección de presidente de México.
¿Qué podemos hacer para salir de esta crisis de gobierno que es el origen de todas las crisis de México, corrupción, impunidad, atraso y todas las plagas de Egipto?

A pesar de que la corrupción parece un mal enorme, insoportable, no hay que doblarse, hay que esperar contra toda esperanza.

No hay que darse por vencido, conservar la mirada en alto, desafiar lo imposible y empezar la salida, empezando por uno mismo.

Aquí tenemos el recurso de la fe, ese tesoro que ha sostenido a México en otras crisis muy graves, tal vez más grandes y decisivas que la presente, como el derrumbamiento de la población indígena ante los españoles feroces voraces, sin conciencia que suscitó a Vasco de Quiroga.

Hay que poner toda la confianza en Dios que es la base inconmovible que sostiene el universo y conduce el curso de la historia. Si unos cuantos se muestran orgullosos y se confiesan liberales, antiteos, por qué no mostrarse orgulloso con las mayorías de mexicanos de creer en Dios, creador del universo, padre de los pobres y de los hombres más excelsos también.

El verdadero creyente recibe de Dios una seguridad compacta ante los males que son imposibles para los hombres. Esta convicción da una serenidad que hace mucho bien en tiempos de prueba.

Dios es fundamento del orden moral, todos nuestros males proceden de individuos criminales, que actúan sin moral y siembran el caos, el desastre y el dolor.

El orden, la armonía, el progreso se construyen guardando las leyes. Así se recupera el orden que el Creador estableció en el universo.

Dios y la ley son bases inconmovibles de hombres nuevos que hacen un nuevo orden de cosas.
El Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, ese monumento de experiencia milenaria y sabiduría enseña "el poder político, recordando que éste procede de Dios y es parte integrante del orden creado por él. Este orden es percibido por las conciencias y se realiza en la vida social mediante la verdad, la justicia, la libertad y la solidaridad que procuran la paz" (n. 383).

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